Escrita bajo el influjo de la atormentada vida de Friedrich
Nietzsche y del aciago destino alemán durante el régimen nazi, el voluminoso canto
del cisne de Thomas Mann parece más un diario de citas literales y lecturas del "lector Mann" que una novela en clave, como la historiografía de la literatura
nos la ha legado hasta el presente.
Al final del capítulo XXIX de su biografía sobre la vida del
músico y amigo Adrian Leverkühn, el narrador omnisciente Serenus Zeitblom hace
una confesión un tanto aclaratoria acerca del destino de su more extensa
biografía: "El lector me reprochará sin duda que me ocupe de estas
pequeñeces. Las encontrará pueriles, indignas de la letra impresa." Lejos
de ser un comentario fuera de lugar, estas palabras me parece que definen la
extendida bitácora de su aletargada biografía y, claro está, de la novela de
Thomas Mann.
Esta- y ninguna otra- fue la sensación que dejó en mí haber finalizado la lectura de Doktor Faustus. A lo largo de sus demasiado extensas páginas, me
asaltó el mismo sentimiento que me deparó, en su momento, la lectura de La
Montaña Mágica: ¿A este buen señor, le pagaban por cada página que escribía?
Sólo en la lógica de la novelística del siglo XIX se justifican este tipo de
tratamientos tan prolongados, no en el apurado y evanescente siglo XX. Por otra
parte, no entiendo a quiénes afirman que ésta es una de las novelas más
influyentes del pasado siglo. Descontando que, formalmente, La Montaña Mágica
no tiene nada que envidiarle (salvo la profusión indiscriminada de personajes),
y que Muerte en Venecia es a mi criterio su obra más brillante, un relato
trágico que ilumina el drama moderno del ideal erótico-apolíneo, creo que
Doktor Faustus es más un intento de Mann de justificar su ostentoso premio
Nobel que otra cosa. Además ¿es en realidad esta obra la biografía de un
músico, tal como el subtítulo nos lo anticipa? Los sucesos de la vida del mismo
protagonista- Adrian Leverkühn- los resume en una módica cuarta parte de la
obra: el resto es una lánguida caracterización de una galería de personajes que
en realidad son alter egos de intelectuales de la vida alemana de principios de
siglo. El señor Mann no se ve en ningún inconveniente al tomar “literalmente”,
casi hasta el plagio, las ideas de escritores como Franz Overbeck u Oskar
Goldberg para, bajo el disfraz de un personaje con otro nombre, plagar sus
páginas de ¡ideas enteras! y sistemas de pensamiento que no le pertenecen. A
esto habría que agregar que la sección en la que desarrolla la revolucionaria
teoría musical del protagonista- teoría diseñada por ese compositor de carne y
hueso que fue Arnold Schöenberg- pertenecen esta vez sí- en absoluta
literalidad- a cartas que Theodor Adorno le enviara a don Thomas, relacionadas
con el sistema dodecafónico y el atonalismo, y que el señor Mann, una vez más,
se vio en el derecho de reacondicionarlas a la economía de su relato. A
diferencia del Mefistofele de Göethe y de Arrigo Boito, el demonio de Mann
apenas abruma, y en nada asusta. Le ofrece al protagonista la redención mundana
de una docena de obras musicales que en vida del compositor casi nadie va a
reconocer, y en vez de atosigarlo de mujeres, fama y demás perdiciones, propias
de cualquier diablo, hasta el mismo que tienta al Señor Jesús, sólo le da la
inventiva musical y un extendido y monacal anonimato. ¿Puede el diablo
ofrecernos la soledad monacal, o es en verdad Dios quien nos la otorga, como un
don espiritual para renunciar a las bravatas del mundo? ¿Qué buen diablo podría
tentarnos a nosotros, occidentales apasionados y pecadores, con el retiro y la
vida solitaria de los monasterios? A esta contradictio in adjectio habría que
agregar otras más, pero no quiero excederme, para eso ya está el buen señor
Thomas y su voluminosa novela. Lo que quiero manifestar como última inquietud
es: ¿cuán necesario es atiborrar de palabras y de metáforas y de páginas y de
volúmenes una idea o una moraleja, cuando lo que se quiere transmitir puede
caber en un pequeño y embellecido formato, al alcance del que guste y quiera?
Hasta donde yo sé, pocos han tentado este camino mucho más difícil pero de
mayor felicidad, del que encuentro un cabal ejemplo en Der Spaziergang, esa
nouvelle del prosista alemán Robert Walser, el antípoda de don Thomas.
Al parecer, la historia de la literatura moderna se ampara
más en los grandes tamaños y en el reino de la cantidad, que en el verdadero
móvil de todo arte: la vida del espíritu.
1 comentario:
Una crítica a la presente crítica puede leerse en http://anotaciones-tamarit.blogspot.com.ar/2013/04/ah-una-polemica.html
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