miércoles, 1 de diciembre de 2010

Almafuerte, 1917


El anciano que escribe fragmentos de moral sobre la antigua mesa de roble, apenas ha comido un pan mohoso y las migajas de algún viejo banquete.
Hace un tiempo ya que Lucifer ha golpeado una tarde a su puerta para ofrecerle gloria y riquezas, pero el anciano, tenaz como Job, ha preferido a la promiscua posteridad la sobria miseria de los santos.
Sólo un don le ha pedido a la vida: fe. Pero las desdichas con que lacera el hambre, la inmoralidad de los poderosos, y un sol indiferente que brilla sobre justos y necios, lo ha encerrado en el estoicismo de ver la vida en los otros, pero no en él; de saber que la felicidad es el rostro candoroso de una criatura virgen; que el amor, de existir cosa así, se parece a la abuela que trabaja afanosamente por el nieto huérfano, abandonado al mundo de los parias.
Mientras los otros viven la ruleta de aciertos y desdichas, en su cuarto de pensión, el indómito anciano escribe palabras contra Satanás y contra el olvido.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Tango del muerto




Hacinado
en mi noche triste

voy
por las esquinas

buscando
un cacho
de sol.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Enrique Banchs y el fin de la literatura




Yo,
que he
sido
todos
los crepúsculos
y ocasos,

hoy
apenas
soy

este
hombre
que renuncia.


1911

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Sabiduría tradicional contra sabiduría pagana


"Por su extensión, su duración, su masa, la civilización china es una de las creaciones más pujantes de la humanidad: no hay otra más rica en experiencia humana. Sin embargo, es infinitamente menos conocida por el público que las civilizaciones mediterráneas. Es muy lícito, querer atraer hacia ella la atención, y sería muy útil lograrlo. Útil, ante todo, para los especialistas que se ocupan de ello. Si su trabajo fuera apreciado por un público más vasto, quizá su número sería mayor y trabajarían con más eficacia. Más atraídos por las cuestiones que presentan gran interés humano, se complacerían menos en los pequeños problemas que se discuten entre iniciados, sin que parezca necesario discutirlos en términos accesibles a todo hombre culto. Sin embargo, todo hombre culto se da cuenta actualmente de la estrechez del mundo circunscrito por las humanidades clásicas. ¿Por qué continuaría la China siéndole extraña, si nada humano debe serle extraño? El hombre no se conocerá hasta que conozca todos los modos de ser del hombre. Para ello es preciso que, expatriándose, vuelva a encontrarse. Es preciso que se observe a través de todos los climas y también a través de todos los tiempos." Le penseé chinoise, Marcel Granet (1884-1940)

miércoles, 28 de julio de 2010




Olvida las palabras
conserva lo uno.






Antiguo grabado en piedra (¿dinastía Tang?)

miércoles, 16 de junio de 2010

Elegía




¡Oh Amanuense!

pelícano
en la roca del océano,
estrella
vesperal del Otoño,
ángel
arrojado a la materia.

¡Oh alba
o Amanuense
que anuncias el rayo!

muéstrame
-te lo imploro-
la grieta
nocturna.

viernes, 14 de mayo de 2010

Glicinas, poema inédito de Héctor Alvarez Murena



El gran poeta
Li Po
nunca escribió
ningún poema

Miraba ramos
de glicinas

Reía siempre
a veces
lloraba
también

Espejo
de lo creado

Eso fue todo


24 de Enero de 1975

jueves, 15 de abril de 2010

Escatología



De
los cuatro
elementos,
qué
ha sido
de los cuatro
justos
que
en cada
generación
retrasaban
el juicio divino.

Sabemos
del tañido
de las campanas

y del
último
fuego
restaurador
y puro
que se
anuncia
y consume
en cada cirio.

lunes, 1 de marzo de 2010

La fiesta Cristiana. Anotaciones complementarias a "Una teoría de la Fiesta" de Josef Pieper






Lo primero que genera este pequeño y sugerente libro que Josef Pieper publicó en 1963 es la sensación de evanescencia, de un objeto que amenaza siempre con mostrarse pero nunca lo hace, como las olas que rompen en la costa y tan luego desaparecen.
El autor nos demuestra (gracias a valiosísimos documentos. El lector de la obra recordará lo dicho en el anteúltimo capítulo sobre la festividad robesperriana y la Revolución Francesa) que en estos tiempos nihilistas que corren, la única concepción real de fiesta que puede existir dentro de una comunidad es la fiesta de la comunidad cristiana. Pero ¿Qué quiere verdaderamente decir esto?... el autor jamás lo aclara, supone que cada uno de sus lectores ahondará dentro de sí (lo cual supone un lector anticipadamente cristiano) en cuanto al intrínseco significado de la fiesta cristiana.
Quedarse en lo meramente descriptivo, en la anotación del que desde afuera observa la celebración de un culto, es quedarse apenas en lo anecdótico, en la circunferencia de la esfera, cuando hablar en serio de la fiesta cristiana significa ahondar en sus aspectos y misterios intrínsecos (1).
La descripción objetiva, que nos hace el autor, que adopta una posición más bien objetiva, de historiador, nos muestra ese único remanente de lo festivo que significa la religión cristiana, celebrada por una comunidad organizada con una finalidad (teleología) específica, en comparación con un mundo perdido en lo amorfo, cuyo carácter festivo entra en confusión con la orgía, el caos y el despilfarro.
Ahora bien ¿En qué consiste esa fiesta organizada por un grupo de personas (Ecclesia) que persiguen una misma finalidad? ¿Cuál es su aspecto intrínseco, aquel que sólo los participados a la fiesta pueden conocer y compartir más allá del carácter externo que puede tener a los ojos de todo el mundo?
La respuesta está en el cuerpo que organiza y consuma la fiesta cristiana: la Iglesia; el cuerpo de cristianos que a través de la Santa Cena forman parte del Uno Indiviso manifestado en la Santísima Trinidad: el gran Misterio del Amor de Dios a los hombres, que significa que aquel aceptó a Jesús como Señor y Salvador; aquel que, por pertenecer a la Comunidad (Ecclesia) come la carne de Jesús y bebe su sangre, éste posee al Espíritu Santo; Espíritu que pertenece a la Tercera Persona de la Trinidad y que hace que el participado forme parte de la Trinidad del Dios Uno, o, como diría el neoplatónico Proclo, de la Unidad Unitiva del Uno.
¡Cómo elogiar la festividad cristiana frente a la orgía pagana sin mencionar esto! Nos llama más aún la atención el origen transubstanciacionista de Josef Pieper: el autor es católico; omisión que más fácilmente podría ocurrir en un autor perteneciente a la iglesia reformada de Zuinglio, y las desviaciones modernas que devinieron del anabaptismo (2).

¿Qué es, entonces, la fiesta cristiana? Desde un principio Jesús conoció que el objetivo final de su venida era re-unir a todos sus hijos en Él.
Ya el apóstol Juan en el capítulo 17 de su Evangelio nos mostraba a Jesús orando ante sus discípulos, intercediendo por ellos ante el Padre, y pidiéndole una y otra vez que toda la gloria que Dios le había dado a El se la diera a ellos, que allí donde El estuviera, ellos fueran con El, y que así como Jesús era Uno con el Padre, ellos fueran Uno con el Hijo y el Padre.
Otro de los principales misterios de la festividad cristiana, es el que menciona Lutero: “Este es el misterio de las riquezas de la gracia divina por los pecadores; porque por un maravilloso cambio nuestros pecados son ahora no nuestros sino de Cristo, y la justicia de Cristo no es suya, sino nuestra”.
Sólo aquel que haya participado radicalmente (en espíritu y en verdad) alguna vez de la Santa Cena, de la Unión Indivisa que Dios tiende hacia nosotros, de la maravillosa “sustitución que Dios emprende a favor nuestro” (Kart Barth), puede comprender el verdadero sentido de estas palabras. Y éste don sólo es otorgado al que cree y al que participa en la Comunidad (Ecclesia): es allí donde ocurre y se consuma la fiesta del Nuevo Pacto (el pacto testado con la sangre y el cuerpo de Jesús, nuestra Santa Cena).
“En cada Eucaristía estamos allí: estamos en la noche en que fue traicionado, en el Gólgota; ante el sepulcro vacío, el día de Pascua, y en el cenáculo, donde se apareció; y estamos en el momento de su venida, con ángeles y arcángeles y toda la compañía de los cielos, en el pestañear de un ojo, al último sonido de la trompeta. La comunión sacramental no es una pura experiencia mística frente a la cual, como incorporada en la forma y materia del sacramento, la historia sería en última instancia irrelevante; está vinculada a una memoria corporativa de los acontecimientos reales. La historia ha sido elevada a lo suprahistórico sin cesar de ser historia” (C.H. Dodd).
A su vez, esta unión hipostática de Dios con nosotros y de nosotros con Dios, se nos manifiesta en las palabras del predicador, en las canciones que cantamos, en las faltas que confesamos interiormente, en la convicción de pecado y el anhelo de justicia que sentimos: en la celebración del culto, no es el predicador el que habla, sino Dios a través de él, y no somos nosotros los que cantamos y participamos, los conscientes de nuestro pecado, sino el Espíritu Santo que opera en nuestro interior. Es el Espíritu que gime dentro nuestro, y que nos hace confesar: Ven, Señor Jesús (Apocalipsis 22:20).
Este milagro (participar en la Unidad de Jesucristo) que constituye la misma génesis y perdurabilidad de la comunidad cristiana, allende los cambios epocales por los que pasa el hombre, es la verdadera fiesta cristiana, la celebración en la que el creyente puede estar confiado que formará parte (virtual y física) de ella hasta que la última y gran fiesta termine de reunir a todos en Todo.


NOTAS

(1) No es nuestra intención meternos en la eterna discusión de los estudiosos tradicionalistas (Guénon a la cabeza) entre lo exotérico y lo esotérico de las religiones. Esa discusión es válida para todas las religiones del mundo menos para la cristiana. El cristiano sabe, por medio de la fe, que por aceptar a Jesucristo y Su Sola Gracia, está salvado para siempre de lo exotérico (los hábitos comunes- vulgares- de los feligreses en la celebración religiosa) y de lo esotérico (los conocimientos y luces solamente dados a los iniciados, a la élite, previamente seleccionada vaya uno a saber por qué clase de demiurgo); que su sola profesión y acción cristiana lo eximen de justificarse delante de los fundadores de religiones y sabios de este mundo.

(2) Bautistas y pentecostales se caracterizan por considerar el Pan y el Vino como símbolos, no como Presencia Viva de Jesucristo- Lutero-, ni como Carne y Sangre del Redentor- teología católica-.

lunes, 1 de febrero de 2010

Franz Rosenzweig, el lugar del Otro.




Dejar que el otro
el que nunca escucho
ni estimo
hable
para poder hallar
desconocida perla de mí
en esa alteridad.

De remota hacerla cercana
y arrimarle una banqueta
para intercambiar diferencias
pareceres sutilezas mundos
que la gelidez del yo aparta de otros mundos
no menos congelados ni autistas.

De dos hacer uno
ameba del lenguaje
volverme yo otros
y así advertir
que el páramo más llano
ofrendándome
puede habitarse.

lunes, 18 de enero de 2010

El Juicio Universal




APOCALIPSIS DEL ARTE


El antiguo apóstol hablaría hoy
de una agónica raza,
pronta a desaparecer, de
genios,

y de unos pocos,
secretos y diurnos,
amanuenses


de Poemas del Amanuense

“El arte debe morir”, clamó sediento el venado azul de Trakl, pero nadie supo escucharlo, y murió de ahogo en el desierto.
Lo mismo pensó Silvia Plath, la dura mañana en que después de servir el desayuno a sus hijos, puso la cabeza en el horno de su cocina. Tamaña revelación debió enloquecerla.
Pienso que, tal vez, en la madrugada del 31 de Octubre de 1517, Martín Lutero no pudo dormir porque esa misma sentencia (profética en él), taladraba su espíritu convulsionado.
“El arte debe morir”, escribió Kierkegaard en su pizarra, en el gris, (como siempre) Octubre de 1842, días antes de romper definitivamente su compromiso con Regina Olsen.
Que el arte debe morir, así como existe y lo entendemos desde hace ya tanto tiempo, también lo creyó el desesperado Van Gogh, sólo, solísimo, en su creatividad perturbadamente religiosa en un mundo ateo y nocturno.

En algún pequeño arrabal de Florencia, distante del mundo y sus edificios, un joven campesino tuvo una vez un sueño, y el sueño transcurría en el Último y Gran Día, y en el sueño había una gran muchedumbre de rostros caídos frente a un estrado, tenaz como el oro y el acero.
En esa algazara, entre el gentío, el joven campesino pudo ver, al desquiciado Nietzsche, echado sobre el suelo, rendido, con los brazos abiertos; también vió al farsante Voltaire, aterrado y de rodillas; y a todos los surrealistas y futuristas de la historia heridos por una herida fatal, y también a Comte y su escuadra positivista y también al otrora demiúrgico Freud y a Lacan, todos desterrados, todos agonizantes. Algo iban a decir, un conjuro, una súplica, cuando el joven campesino se despertó atónito, exaltado, balbuceando una cita: “A mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua”.