sábado, 23 de marzo de 2013

El prolongado lamento del Doktor Faustus


Escrita bajo el influjo de la atormentada vida de Friedrich Nietzsche y del aciago destino alemán durante el régimen nazi, el voluminoso canto del cisne de Thomas Mann parece más un diario de citas literales y lecturas del "lector Mann" que una novela en clave, como la historiografía de la literatura nos la ha legado hasta el presente.

Al final del capítulo XXIX de su biografía sobre la vida del músico y amigo Adrian Leverkühn, el narrador omnisciente Serenus Zeitblom hace una confesión un tanto aclaratoria acerca del destino de su more extensa biografía: "El lector me reprochará sin duda que me ocupe de estas pequeñeces. Las encontrará pueriles, indignas de la letra impresa." Lejos de ser un comentario fuera de lugar, estas palabras me parece que definen la extendida bitácora de su aletargada biografía y, claro está, de la novela de Thomas Mann.
Esta- y ninguna otra- fue la sensación que dejó en mí haber finalizado la lectura de Doktor Faustus. A lo largo de sus demasiado extensas páginas, me asaltó el mismo sentimiento que me deparó, en su momento, la lectura de La Montaña Mágica: ¿A este buen señor, le pagaban por cada página que escribía? Sólo en la lógica de la novelística del siglo XIX se justifican este tipo de tratamientos tan prolongados, no en el apurado y evanescente siglo XX. Por otra parte, no entiendo a quiénes afirman que ésta es una de las novelas más influyentes del pasado siglo. Descontando que, formalmente, La Montaña Mágica no tiene nada que envidiarle (salvo la profusión indiscriminada de personajes), y que Muerte en Venecia es a mi criterio su obra más brillante, un relato trágico que ilumina el drama moderno del ideal erótico-apolíneo, creo que Doktor Faustus es más un intento de Mann de justificar su ostentoso premio Nobel que otra cosa. Además ¿es en realidad esta obra la biografía de un músico, tal como el subtítulo nos lo anticipa? Los sucesos de la vida del mismo protagonista- Adrian Leverkühn- los resume en una módica cuarta parte de la obra: el resto es una lánguida caracterización de una galería de personajes que en realidad son alter egos de intelectuales de la vida alemana de principios de siglo. El señor Mann no se ve en ningún inconveniente al tomar “literalmente”, casi hasta el plagio, las ideas de escritores como Franz Overbeck u Oskar Goldberg para, bajo el disfraz de un personaje con otro nombre, plagar sus páginas de ¡ideas enteras! y sistemas de pensamiento que no le pertenecen. A esto habría que agregar que la sección en la que desarrolla la revolucionaria teoría musical del protagonista- teoría diseñada por ese compositor de carne y hueso que fue Arnold Schöenberg- pertenecen esta vez sí- en absoluta literalidad- a cartas que Theodor Adorno le enviara a don Thomas, relacionadas con el sistema dodecafónico y el atonalismo, y que el señor Mann, una vez más, se vio en el derecho de reacondicionarlas a la economía de su relato. A diferencia del Mefistofele de Göethe y de Arrigo Boito, el demonio de Mann apenas abruma, y en nada asusta. Le ofrece al protagonista la redención mundana de una docena de obras musicales que en vida del compositor casi nadie va a reconocer, y en vez de atosigarlo de mujeres, fama y demás perdiciones, propias de cualquier diablo, hasta el mismo que tienta al Señor Jesús, sólo le da la inventiva musical y un extendido y monacal anonimato. ¿Puede el diablo ofrecernos la soledad monacal, o es en verdad Dios quien nos la otorga, como un don espiritual para renunciar a las bravatas del mundo? ¿Qué buen diablo podría tentarnos a nosotros, occidentales apasionados y pecadores, con el retiro y la vida solitaria de los monasterios? A esta contradictio in adjectio habría que agregar otras más, pero no quiero excederme, para eso ya está el buen señor Thomas y su voluminosa novela. Lo que quiero manifestar como última inquietud es: ¿cuán necesario es atiborrar de palabras y de metáforas y de páginas y de volúmenes una idea o una moraleja, cuando lo que se quiere transmitir puede caber en un pequeño y embellecido formato, al alcance del que guste y quiera? Hasta donde yo sé, pocos han tentado este camino mucho más difícil pero de mayor felicidad, del que encuentro un cabal ejemplo en Der Spaziergang, esa nouvelle del prosista alemán Robert Walser, el antípoda de don Thomas.
Al parecer, la historia de la literatura moderna se ampara más en los grandes tamaños y en el reino de la cantidad, que en el verdadero móvil de todo arte: la vida del espíritu.