lunes, 13 de enero de 2014

Sobre la virtud esotérica del ayuno, una interpretación maniquea


"Desde hace casi veinte siglos, desde la aparición del cristianismo, el maniqueísmo es sin duda lo más maravilloso que la historia espiritual de la humanidad ha producido en el globo terrestre." 
Simone Weil

Quienes hayan leído alguna vez hagiografías de la patrística oriental como la Historia Lausiaca de Paladio de Helenópolis, o la Historia Religiosa de Teodoreto de Ciro, entenderán que una de las constantes del incipiente movimiento monástico iniciado en los confines del desierto egipcio y sirio, a fines del siglo III, es el férreo y vigilante estado de ayuno. Por los testimonios de los monjes coptos y sirios, sabemos que muchos de estos santos anacoretas se excedían en su ideal de renuncia (apótaxis) al punto de pasar extensos períodos en ayunas, años enteros sin bañarse, y décadas sin cambiar su vestimenta. Hoy día nada nos puede resultar más exagerado a nosotros, modernos epicúreos, que la vita ascética planteada por solitarios como Juan de Licópolis, que nunca salía de su ermita, y jamás se le veía más que una mano de bendición suspendida en la pequeña ventana de su celda, o el testimonio del origenista Ammonio que, a fuerza de ser tentado varias veces por el demonio de la lujuria, se enllagó buena parte de su cuerpo con sólidos calientes, para ser objeto de desprecio hasta de los mismos demonios.
¿Cuál fue el motivo que llevó a comportamientos de tanta radicalidad? Sabemos que en el siglo III el Imperio Romano estaba llegando a su estado más lapidario y decadente, y que el espíritu de la época no era más que la corrupción extendida a todos sus niveles.  En distintas partes del mundo, se planteó por última vez, de manera conjunta y autónoma, un ideal de pureza y ascesis que el mundo nunca más iba a volver a presenciar: tanto los neoplatónicos, como los maniqueos, y los monjes coptos y sirios, no aspiraban a otra cosa que a la máxima pureza y renuncia.
Si analizamos cronológicamente los hechos, y mal que le pese al cristianismo y a los neoplatónicos, el primer ideal de renuncia extremo que conocemos en occidente es el que predicó Mani, fundador de la fe gnóstica por excelencia, y muerto en el 276 d.C.
La frase podría rezar así: “Dime quiénes son tus enemigos y te diré quién eres”, ya que la diatriba continua, el odio, la burla y la anulación sistemática que sufrió el maniqueísmo, por parte de sus contemporáneos, buena parte se lo debe a los testimonios de desprecio de Agustín de Hipona, quien durante nueve años profesó la fe maniquea, y del neoplatónico Alejandro de Licópolis. Testimonios que han sobrevivido en el tiempo mucho más que los textos de primera mano de los maniqueos, hecho irrefutable para admitir su carácter de religión perseguida y anulada. Había algo de radical, de absolutamente agresivo en su ideal de ascesis. Para Mani, y para sus electi, sólo era posible acceder a la Luz que rompe con toda Tiniebla, a partir de un perfecto conocimiento (Gnosis) del estado interior del creyente, conocimiento que sólo podía ser sustentable mediante la absoluta renuncia y abjuración de la materia y su mundo. En esto, el monacato egipcio no puede haber recibido mayor influencia. No encontraremos en las primeras generaciones de apóstoles y mártires un predicamento semejante de renuncia y ascesis. De hecho, no va a ser hasta fines del siglo III, cuando ya Mani y sus seguidores estaban propagándose por Asia y Africa, que Pablo el Ermitaño y Antonio Abad van a comenzar sus actividades anacoréticas, y con ellos dará inicio el movimiento monástico del cristianismo oriental. Ya sea por cuestiones geográficas, donde la nueva religión persa pudo penetrar su dogmática subrepticiamente en las comunidades ascéticas de Siria y Egipto, ya fuera porque la interpretación de la ascesis que proponía Mani funcionaba a la perfección con el ideal de renuncia que los monjes encontraban en Elías y Juan Bautista, lo cierto es que el incipiente monacato oriental no pudo haber nacido de la nada, sino de los fragmentos dispersos de la ideología maniquea.
En la monumental obra “El monacato primitivo” del benedictino García M. Colombás, encontraremos sendos detalles de todo tipo de prácticas ascéticas, fundamentos, y fuentes de la vida eremítica en los primeros siglos de la cristiandad. Lo llamativo de este volumen es que en las 800 páginas que abarca, el autor no se haya detenido siquiera en un párrafo a semblar el ascetismo maniqueo, al que tanto le debe, al menos indirectamente, el anacoretismo monacal. La división radical entre materia y espíritu, entre cuerpo y conocimiento, no proviene ni de la teología paulina, ni de los escritos del Nuevo Testamento, sino de la cristología gnóstica que los documentos de Nag Hammadi, y las fuentes de la época no hacen más que pronunciar. Desde Agustín a esta parte, para los cristianos, la palabra maniquea no ha tenido más que implicancias negativas.
Para los electi maniqueos, como luego ocurriría con los monjes coptos y sirios, el ayuno es una parte vital de la gnosis y su práctica religiosa. Obligados a ayunar toda su vida, a llevar solamente una prenda por año, a no bañarse, y a no tocar siquiera cualquier tipo de tubérculo, fruto, planta, o animal, para manutención propia (para la teología maniquea, cada tallo que se le arranca a la tierra, es fruto de lágrimas y dolor por parte de la naturaleza. Podríamos afirmar, sin caer en la exageración, que la metafísica maniquea es precursora de la ecología y del cuidado del medio ambiente); los maniqueos no concebían otro modo de acceder al arcano y a su salvación que mediante la más aprensiva renuncia. Pero para ellos, el motivo del ayuno no sólo consistía en un estado de alerta, de no embotamiento de los “errados sentidos corporales”. El maniqueísmo entiende que el cuerpo es depósito de suciedades e inmundicias, y el ayuno completo, una vía de acceso regular para almacenar la menor cantidad de inmundicias.  Ya que resulta imposible para cualquiera pasar la vida entera sin comer ni ingerir agua, el más estricto ayuno es el único modo de acercarnos al Cielo, limpios y sin excrecencias.
Aquí transcribimos uno de los testimonios más claros y evidentes de la interpretación esotérica que la fe maniquea hacía del ayuno, y de la habitación gnóstica del cuerpo.  Mani pasa su juventud en una secta cristiana que tiene por costumbre el bautismo continuo de los alimentos y del cuerpo. Cuando el Iluminado Mani recibe el llamado de su Gemelo, a los 24 años, se enfrenta a uno de los líderes de la secta bautista y lo interpela en cuanto a su curiosa e inútil costumbre de ungirlo todo so pretexto de santificarlo:
“Cuando anulé y abolí sus doctrinas y sus ritos, demostrándoles que lo que profesaban no lo habían tomado de los mandamientos del Salvador, algunos de ellos se maravillaron de mí, otros se encolerizaron e indignados decían: ¿Es que quiere dirigirse a los griegos? Mas cuando conocí sus pensamientos, les dije con benignidad: Este bautismo con el que bautizáis vuestros alimentos de nada sirve, pues este cuerpo es sucio y fue moldeado a partir de un molde de suciedad. Ved cómo, cuando alguien purifica su alimento y lo toma una vez bautizado, se nos evidencia que de él todavía surgen sangre, bilis, gases, excrementos vergonzosos y suciedad corporal. Pero si alguien conservase su boca lejos de esta alimentación durante unos pocos días, de inmediato todas estas excreciones de vergüenza y hediondez desaparecerán y faltarán en el cuerpo. Y si ése de nuevo tomase alimento, así ellas abundarían otra vez en el cuerpo, de modo que es evidente que fluyen de la propia alimentación. Y si alguien tomase comida bautizada y purificada, y tomase también no bautizada, es evidente que la belleza y la fuerza del cuerpo se muestran las mismas. Del mismo modo, se observa también que la hediondez y las heces en ambos casos en nada difieren entre ellas, de tal suerte que esa comida bautizada que ha evacuado y eliminado no se distingue de la otra no bautizada.”
No creo que exista una apología del ayuno más taxativa que ésta. Del ayuno, una práctica en todo taxativa. Aquí el Iluminado expone con claridad su doctrina de la ascética, y en parte también evidencia los continuos ataques, rayanos en su póstuma desaparición, que sufrió la Iglesia Maniquea. El ayuno que éstos predicaban ponía, en alguna medida, en ridículo el “tibio” ayuno de los laicos. Ahora entendemos por qué tanto mazdeístas, como árabes, cristianos y judíos se obstinaron en borrar de la historia la compleja dualidad maniquea. La burla de Agustín se volvió en su contra.
El monacato primitivo y los neoplatónicos entendían que la materia era sólo una incómoda sala de espera hasta llegar a la consumación perfecta del Cuerpo Celeste. La disciplina, el retiro, y la austeridad significan el único acceso posible a esta gnosis eterna. El maniqueísmo no hizo más que prefigurar estos rasgos hasta el hartazgo y estirarlos, tensarlos hasta un exasperante estado de desesperación, en el que el cuerpo y el espíritu jamás podrían alcanzar un estado de comunión mutua, un mero y aparente equilibrio.
Cuando a los monjes se les permitía una ablución más o menos diaria, uno de los cuatro tipos de ayunos que el maniqueísmo imponía a los electi consistía en 30 días de abstención, en conmemoración de la fiesta sagrada por excelencia de la Iglesia Santa: el Bema, cuando el Iluminado sufrió su Pasión y Martirio.

“Por su carácter sistemático [el maniqueísmo] es algo más que un mero sincretismo; por su interpretación del cristianismo, al que pretende prolongar, pero superándolo, algo más que una reforma o una herejía cristiana; por la rigidez de sus instituciones y de su organización, algo más que una secta. La pretensión de universalidad de su mensaje y de sus misiones, su actividad, su expansión y su supervivencia tenaz, lo sitúan a un mismo nivel con las restantes religiones, rivales suyas.” (H.C. Puech)
Tipo perfecto de gnosis que no admite medias tintas, el maniqueísmo tal vez hoy nos pueda enseñar el significado de “lo taxativo”, y de las claras e irreconciliables diferencias que existen entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo verdadero y lo falso. En un mundo cuya marea arrastra todos los valores y los principios que nos forjaron como hombres, quizá un poco de dualismo gnóstico no sea tan peligroso para reubicarnos.

Septiembre de 2013