sábado, 14 de septiembre de 2013

Historia de la lluvia



De la calle sólo recuerdo su vereda sucia,
cuando el barrio de mi infancia se inundaba
y los niños nos sentíamos a salvo
en ese naufragio que borraba el orden
en que nuestros padres soñaban vivir.

Después vino la lluvia de la adolescencia
en la que todo paisaje ocre era
una romántica invitación al suicidio,
o la presencia húmeda del beso que no llegaba,
o el esbozo para un poema muy triste.

Pasaron muchas lluvias, y los años
acrecentaron la costumbre de repetirme.
Cada temporal, o un día de sol, era igual
a levantarse, trabajar y acostarse,
y detrás el día, que me suplicaba una oda.

Ahora que tengo el espíritu viejo
y las manos cansadas de oración y afán,
sólo te pido, Dios mío, que hagas llover
esta tierra reseca, como en el día del Diluvio,
y que un arco iris me devuelva la inocencia.