martes, 19 de marzo de 2019

Horace Silver: estética de las proporciones


Hay algo en la música de Horace Silver que la vuelve única dentro del vasto universo discursivo del jazz.
El exotismo rítmico que utilizó en algunos de sus mayores éxitos es un rasgo inconfundible de su temperamento como compositor de "estilos" que, anterior a su aparición, no se encontraban con mucha frecuencia en el jazz, como la música latina (cubana, brasilera) o el folklore de Cabo Verde. Pero también forma parte de su identidad- como pianista primero, y como creador después- el haber reunido y compendiado en su música dos de las tradiciones más nutritivas y originales de la música negra americana: el blues y el black gospel.
Su estilo como pianista puede parecer rudimentariamente percusivo, a primera vista, fruto de una elaborada reinterpretación del R&B y del uso patronímico de clusters para marcar compases bailables con la mano izquierda.
Pero cuando uno se interna en su música, descubre que Silver es un ejecutante de una profunda originalidad, lo que lo llevó a tener entre sus declarados admiradores a Bill Evans.
No obstante sus virtudes pianísticas, lo que hace que la música de Horace Silver sea una fiesta para los oídos es su esfuerzo en procurar la felicidad del oyente, llevarlo a un estado de júbilo, al que pocos músicos de jazz han llegado.
El axioma podría ser el siguiente: la música de Horace Silver está destinada a hacernos feliz.
Escribo esto y compruebo que uno de los puntos centrales en su música consiste en un absoluto cuidado y mesura (en un género que celebra la desmesura) de los recursos que dispone el improvisador alrededor de un tema.
El oyente puede hacer el intento de escoger al azar cualquier tema de los cinco discos que conforman el quinteto clásico que tuvo lugar entre los años ´59 y ´63, esto es, entre Finger Poppin y Silver´s Serenade.
Yo elijo Sister Sadie, de Blowin The Blues Away Sweet Sweetie Dee, de Silver´s Serenade: curiosamente, ambos temas- un tradicional black gospel uno, un blues el otro- están estructurados como melodías dentro de melodías, y todas ellas bienaventuradas. No hay allí una nota que esté de más, todo está destinado al uso platónico de los recursos: concisión, precisión y belleza. Los solos de trompeta (Blue Mitchell), los del saxo tenor (Junior Cook), o los del piano, no hacen más que dibujar un preciso mapa de salida y retorno a la cadencia armónica del tema. Aquí no hay jazz modal, ni improvisación libre, ni post-bop, ni nada que se derrame por el bálsamo de la virtuosidad subjetiva del intérprete. Horace Silver nos hace pensar que tiene a sus músicos, y no sólo a su composición, en el más absoluto control, y en efecto, es lo que ocurre. Todo el tema, la presentación del tema, su desencadenamiento a través de los solos, y la conclusión resolutiva por medio del conjunto no nos lleva sino a definir el hard-bop- la quintaesencia de la música de Silver- como podría hacerlo el teórico del arte Matila Ghyka: estética de las proporciones.
Mi devoción me obliga a completar la frase: estética y cuidado de las proporciones es estética de la perfección.
La música de Horace Silver está destinada a hacernos feliz por su belleza y compleja sencillez, por la exactitud de sus proporciones y porque nos lleva a pensar que podría ser la banda de sonido del Zaratustra de Nietzsche: un dios que baila.