viernes, 10 de abril de 2009

Viernes Santo.




EN LAS AFUERAS


Mateo 26:75

Ahora vuelvo a ser
el miserable.

La estrella
resplandeciente
que me habían encomendado,
el nuevo hombre,
me ha traicionado.

He traicionado
como los gentiles hacen con los suyos,
y ahora,
las lágrimas que descienden en el valle
no son más que líquidos escondites
por donde depositar mi infamia,
caprichos del niño tempranamente arrepentido,
manotazos últimos del ahogado, ya ahogado.

¿Por qué Señor no me rescatas nuevamente?...
nuevamente me hundo y caigo
sin detenerme…

¿De qué sirvió la blancura de estos pies,
dímelo Señor,
si soy un enlodado pescador?...

¿Por qué tuvo que cantar el gallo,
dile Tu Pedro a Simón por qué debió cantar el gallo?
si era otra la promesa que gravitaba
dentro,
y otra la convicción.
Si las palabras de vida
habían sido ya oídas, ya dichas,
definitivas,
contra todas las palabras
de todos los hombres
incluso las mías…
¡incluso las mías!

Deja de llorar Simón,
deja la euforia de la espada,
y el sigilo de la traición,

frenemos de una vez este cántaro de impulsos, Pedro,
que allá en el alto monte, monte de tiniebla,
lejos de este valle acusador,
nos espera la Cruz
y el Salvador.

Levántate, levántate, levántate.