miércoles, 1 de diciembre de 2010

Almafuerte, 1917


El anciano que escribe fragmentos de moral sobre la antigua mesa de roble, apenas ha comido un pan mohoso y las migajas de algún viejo banquete.
Hace un tiempo ya que Lucifer ha golpeado una tarde a su puerta para ofrecerle gloria y riquezas, pero el anciano, tenaz como Job, ha preferido a la promiscua posteridad la sobria miseria de los santos.
Sólo un don le ha pedido a la vida: fe. Pero las desdichas con que lacera el hambre, la inmoralidad de los poderosos, y un sol indiferente que brilla sobre justos y necios, lo ha encerrado en el estoicismo de ver la vida en los otros, pero no en él; de saber que la felicidad es el rostro candoroso de una criatura virgen; que el amor, de existir cosa así, se parece a la abuela que trabaja afanosamente por el nieto huérfano, abandonado al mundo de los parias.
Mientras los otros viven la ruleta de aciertos y desdichas, en su cuarto de pensión, el indómito anciano escribe palabras contra Satanás y contra el olvido.