viernes, 8 de septiembre de 2017

Solid Air: Una alternativa a los males de la época

Desde el mismo lugar que ocupa dentro de la historia del folk inglés, Solid Air está inevitablemente emparentado a la figura de Nick Drake. Es conocido por todos que el tema homónimo del disco fue escrito para dar aliento al músico en el estadio final de su depresión, que lo llevaría en unos pocos meses a la culminación de su existencia.
Pero, en rigor ¿Qué significa Solid Air como tema, en primer lugar, y tan luego como concepto integral de un disco de excepción? 
Lo primero que uno advierte en su escucha es la asistencia a una suerte de abrazo musical.
Uno de los rasgos más identificables de la música de John Martyn, al menos de sus primeros discos, consiste en presenciar la creación de una estética de la alegría. Todos los géneros e híbridos que interpreta el joven Martyn son atravesados por una sensación de liviandad bucólica y vespertina -llevadas a una sencillez monacal en Bless The Weather- que pocas veces se escucharán en la atribulada música moderna. Para ser precisos, conceptualmente, Solid Air es un manifiesto de amistad que intenta contrarrestar el peso sombrío de la música de Nick Drake.*
Martyn, un cantor de la alegría- de esa alegría ungarettiana que está enraizada en una profunda nostalgia- le encomienda a su amigo, en medio de la noche más oscura, un canto de aliento, compañía y estima.
Ahora bien, este sentido de camaradería no se limita al tema en cuestión. Está inmerso en todo el disco, desde la frugalidad campesina de Over The Hill, atravesando ese nocturno himno libertario (con el clavinet haciendo de grillo) que es Dont Want To Know, hasta el desaforado y abrupto Easy Blues. May you never ocupa un lugar fundamental en la conceptualidad que plantea el disco, que es la de cantar con amistad en medio de la intemperie**.
El amor trovadoresco en Solid Air tiene una proyección distinta a la trazada por la canción de amor de la tradición medieval-moderna. El amor aquí es empatía y acompañamiento: una respuesta atmosférica al clima de aislamiento (Withdrawn) que se respira en las canciones de Nick Drake, cuyo pathos final es la desolación.
El recorrido sentimental del amigo que trova en medio de la nada (podría seguirte a cualquier lado) es una contrapropuesta empática a la frialdad apática de la época. Ligereza en el modo, frugalidad en los tonos, euforia y contención, sencillez y voluptuosidad: asistimos aquí a un disco que, además de poseer canciones destinadas a perdurar, quiere mostrarnos una alternativa a la depresión y a la muerte. Cabría pensar qué habría sucedido si Drake hubiera escuchado el mensaje de este disco como una invitación a desandar su propio solitario destino.

Resta hacer una salvedad. En el estado alquímico de la materia, el sólido es el cuerpo inorgánico, fosilizado, que no puede ser penetrado. La mano del amanuense que roza el agua en la portada del disco comprende el estado líquido, que tiene por cualidad la adaptación y la permeabilidad, y cuya funcionalidad radica en rezumar la solidez de la materia. 

En estos principios opuestos y complementarios, el programa vitalista de John Martyn se encuentra en amigable antípoda frente a ese apocalíptico y sólido monolito que es la abrumadora obra de Nick Drake.


*La alegría estética de Martyn es un perfecto contrapeso dionisíaco a la tristeza apolínea de la lírica de Nick Drake. En esto, no son sino una equilibrada proporción de la bifrontalidad griega descrita por Nietzsche.

**Excepción hecha a All Things Must Pass de Harrison, Solid Air es uno de los escasos discos de ese momento histórico que ofrece, además de un ramillete de canciones, un método práctico para afrontar la indiferencia de la época.

viernes, 4 de agosto de 2017

Mingus, Wagner y el fin del Orden

The Black Saint And The Sinner Lady quizá sea el último disco original y autónomo -en términos de una creación libremente heterodoxa  (Castoriadis)-,  que diera el subgénero de  las big-bands dentro del jazz.  

Aquí Mingus reorganiza el discurso tradicional de la orquesta ellingtoniana, llevándolo a un crescendi extremo- finalmente atonal- que culmina, de algún modo, con toda la argumentación orquestal del jazz, ultimando sus condiciones estructurales y limitando para siempre el discurso tonal. 

No es casualidad que Mingus siempre trabajara en esa delicada cornisa en la que, de un lado se encuentra “la prisión del orden tonal” (como recuerda en sus escritos musicales Eduardo Del Estal), y del otro, una suerte de germen libertario de música improvisada. Su estética, al igual que la de todos los grandes, no se adapta a ninguna escuela, pero si tuviéramos que clasificar este disco, inevitablemente no podríamos pensar en otro concepto estanco que el de avant-garde. 

A Mingus le tocó en suerte asistir contextualmente a la agonía de un género y su discurso. Al igual que ocurre con Wagner en su Tristan und Isolde, el contrabajista llega en un momento en el que el “orden tonal” está en completo estado de crisis, y en su estertor, Mingus no hace más que liquidarlo, como ocurre con el revolucionario “acorde de Tristan”, al que tanto le debe la música del siglo XX –un musicólogo europeo hablaba de una flor que comienza a abrirse irrefrenablemente hasta nuestros días-.

Black Saint and Sinner Lady es un canto del cisne de la música estructural, tal como la hemos entendido en occidente desde el Renacimiento. El soli final de Charlie Mariano no hace sino exponer en su exasperante incongruencia el estado de liberación que conlleva el abandono del “orden tonal”. Aquello mismo que en la música de Monk iba a ser una exhibición cínica del absurdo en el que puede derivar una estructura clásica de acordes. En su ferocidad, nos explicita también, a modo de un breve prólogo, lo que iba a ocurrir con el género en sus años venideros. 

lunes, 12 de junio de 2017

Arquitectura del Origen

   Buenos aires, como toda ciudad metafísica, posee en realidad dos ciudades: La Buenos Aires histórica, lineal, progresiva, donde los hombres trabajan, se reproducen, compran lotes, autos, cumplen horarios estrictos, pagan sus cuentas y responden al cúmulo de obligaciones que toda metrópoli impone, y la Buenos Aires mítica, que es cíclica, de acuerdo a la repetición que cada espíritu realiza adentrándose- ritualmente- en el mito de Buenos Aires.
   A ésta y no a otra ciudad es a la que refiere el tango. Allí están sus librerías, sus cabarets, sus cafetines, donde comulgan los feligreses. En el cafetín ocurre la iniciación del hombre de tango: la consumación de la amistad, que previamente se descubrió en el barrio; la ceremonia de la taza de café o la salmodia del alcohol, que junto al cigarrillo, configuran los complementos paganos del pan y el vino en la Santa Cena cristiana; el tiempo lúdico dentro del tiempo cíclico, ritual, que traen los juegos: el naipe, los dados, etc.
   En estos lugares sagrados para el tango, el barrio, el café, la esquina maleva, es donde el tiempo cotidiano y lineal de la Buenos Aires histórica se detiene, y surge como de un ensueño la Buenos Aires mítica y espiritual, en la que los hombres se inician, repitiendo cíclicamente cada ceremonia ritual cuando acuden a ella.
   La decadencia de una ciudad se exhibe no sólo en la degradación de los elementos con que sus constructores edifican, sino también en esa otra peor degradación de los elementos espirituales que la época presente deconstruye a diario. Los amigos se han dispersado, el barrio se urbanizó o devino en nefastas villas centroamericanas, el café transmutó en el falsamente cosmopolita resto-bar, sólo ha quedado la cosmovisión de “la madre” como emblema de la santidad mariana. Consuelo para melancólicos, Buenos Aires vivió alguna vez este mito y lo hizo poema y filosofía para la posteridad, que hoy somos nosotros.
   Nuestra búsqueda no es otra que la de describir los tipos y las arquitecturas que permitieron la existencia de una metafísica del tango.