lunes, 29 de marzo de 2021

Spiderland, 30 años después

Spiderland, el disco que de algún modo supuso la génesis y definió la historia de dos géneros centrales de la década del noventa (el mathrock y el postrock) es, paradójicamente, un disco doblemente conceptual  -en lo formal y en su temática-, algo bastante inusual en un género tan poco diagramado como el rock. Es conceptual a nivel formal, su despliegue entero es una suerte de canción total que se va desarrollando por partes hasta llegar al climax final. No hay nada que desentone, todo es un monocorde tono menor que por momentos adormece, por momentos desquicia y se vuelve frenesí. Ese climax final también es el epílogo de la temática interna de la obra: un disco atronador que manifiesta el quiebre total de un adolescente que se vuelve adulto y que lo único que atisba a hacer es gritarle desgarradoramente al niño que se va desvaneciendo dentro de sí  “I miss You”.

Se podría añadir una tercera conceptualidad que maravillosamente está anillada a las dos anteriores: ese cristal oscuro de seis partes que es Spiderland y que habla de la atroz pérdida del candor y la abrupta entrada en la adultez -tan abrupta como la bajada en la montaña rusa de Breadcrumb Trail-, fue creado y llevado a cabo por cuatro jóvenes de 21, 22 años, que estaban viviendo en carne propia ese súbito salto hacia la nada y que, como Don, el protagonista del glorioso tercer tema, recibieron una muy pronta revelación de quiénes eran y qué tenían que hacer con la música. Casi como un destino. La fatalidad de llevar a cabo un destino. Tal es así que después de publicar este disco no encontraron mejor opción que disolver la banda. Cómo seguir haciendo música tras haber alcanzado la cima? Tiene sentido duplicar esa inflexión en futuros discos que repiten el mismo gesto? La pregunta sólo se la hicieron otras dos bandas: Talk Talk y Unwound.

Cuatro jóvenes aniñados inventaron un sonido que no se sabe a ciencia cierta cuáles son sus fuentes. Música hablada que manifiesta intertextos tan complejos como un poema de Coleridge, o el desaforado hardcore melódico de Hüsker Dü, cuya lectura inicial puede rastrearse en la propia paleología de Slint, ese maravilloso grupo de adolescentes de quince años llamado Squirrel Bait. Difícil cotejar un hecho similar en la historia de la música moderna, cuando comprendemos la inexperiencia, la efervescencia y la perturbadora necesidad de crear que tenían estos cuatro pibes de Louisville.

Mucho se ha hablado sobre los orígenes del post rock y sobre la publicación casi paralela de Laughing Stock y de Spiderland.  Que Laughing Stock sea el punto de partida del post rock en Inglaterra y que Spiderland lo sea en Estados Unidos manifiesta claramente esa doble cara de Jano que es el rock cantado en inglés: por un lado la elegancia, la sobriedad, la exploración tímbrico-rítmica, un rock que se aleja del rock y se vuelve ambient, chill, smoothjazz; por el otro, una descarnada música adolescente que define un género, pero que también puede ser asociada a la melódica rabia del hardcore de Zen Arcade o al grunge de Nirvana. Una aguja de seis esquirlas que estalla como una droga en el torrente sanguíneo. Mientras más se aleja del rock Laughing Stock, más se acerca al rock Spiderland.  

Ninguno de los grandes movimientos musicales norteamericanos de los noventa, el grunge, el folk psicodélico, el math, el drone, el ambient, el rock instrumental, el neohardcore nu metal, el crescendo core pueden ser pensados seriamente sin la existencia previa, seminal y fundacional del Spiderland de Slint, el disco más trascendente que diera el rock en estos últimos treinta años.

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