"Desde hace casi veinte siglos, desde la aparición del cristianismo, el maniqueísmo es sin duda lo más maravilloso que la historia espiritual de la humanidad ha producido en el globo terrestre."
Simone Weil

Quienes hayan leído alguna vez hagiografías de la patrística
oriental como la Historia Lausiaca de
Paladio de Helenópolis, o la Historia
Religiosa de Teodoreto de Ciro, entenderán que una de las constantes del
incipiente movimiento monástico iniciado en los confines del desierto egipcio y
sirio, a fines del siglo III, es el férreo y vigilante estado de ayuno. Por los
testimonios de los monjes coptos y sirios, sabemos que muchos de estos santos
anacoretas se excedían en su ideal de renuncia (apótaxis) al punto de pasar extensos períodos en ayunas, años
enteros sin bañarse, y décadas sin cambiar su vestimenta. Hoy día nada nos
puede resultar más exagerado a nosotros, modernos epicúreos, que la vita
ascética planteada por solitarios como Juan de Licópolis, que nunca salía de su
ermita, y jamás se le veía más que una mano de bendición suspendida en la
pequeña ventana de su celda, o el testimonio del origenista Ammonio que, a
fuerza de ser tentado varias veces por el demonio de la lujuria, se enllagó
buena parte de su cuerpo con sólidos calientes, para ser objeto de desprecio
hasta de los mismos demonios.
¿Cuál fue el motivo que llevó a comportamientos de tanta
radicalidad? Sabemos que en el siglo III el Imperio Romano estaba llegando a su
estado más lapidario y decadente, y que el espíritu de la época no era más que
la corrupción extendida a todos sus niveles.
En distintas partes del mundo, se planteó por última vez, de manera
conjunta y autónoma, un ideal de pureza y ascesis que el mundo nunca más iba a
volver a presenciar: tanto los neoplatónicos, como los maniqueos, y los monjes
coptos y sirios, no aspiraban a otra cosa que a la máxima pureza y renuncia.
Si analizamos cronológicamente los hechos, y mal que le pese
al cristianismo y a los neoplatónicos, el primer ideal de renuncia extremo que
conocemos en occidente es el que predicó Mani, fundador de la fe gnóstica por
excelencia, y muerto en el 276 d.C.
La frase podría rezar así: “Dime quiénes son tus enemigos y te diré quién eres”, ya que la
diatriba continua, el odio, la burla y la anulación sistemática que sufrió el
maniqueísmo, por parte de sus contemporáneos, buena parte se lo debe a los
testimonios de desprecio de Agustín de Hipona, quien durante nueve años profesó
la fe maniquea, y del neoplatónico Alejandro de Licópolis. Testimonios que han
sobrevivido en el tiempo mucho más que los textos de primera mano de los
maniqueos, hecho irrefutable para admitir su carácter de religión perseguida y
anulada. Había algo de radical, de absolutamente agresivo en su ideal de
ascesis. Para Mani, y para sus electi,
sólo era posible acceder a la Luz que rompe con toda Tiniebla, a partir de un
perfecto conocimiento (Gnosis) del estado interior del creyente, conocimiento
que sólo podía ser sustentable mediante la absoluta renuncia y abjuración de la
materia y su mundo. En esto, el monacato egipcio no puede haber recibido mayor
influencia. No encontraremos en las primeras generaciones de apóstoles y
mártires un predicamento semejante de renuncia y ascesis. De hecho, no va a ser
hasta fines del siglo III, cuando ya Mani y sus seguidores estaban propagándose
por Asia y Africa, que Pablo el Ermitaño y Antonio Abad van a comenzar sus
actividades anacoréticas, y con ellos dará inicio el movimiento monástico del
cristianismo oriental. Ya sea por cuestiones geográficas, donde la nueva
religión persa pudo penetrar su dogmática subrepticiamente en las comunidades
ascéticas de Siria y Egipto, ya fuera porque la interpretación de la ascesis
que proponía Mani funcionaba a la perfección con el ideal de renuncia que los
monjes encontraban en Elías y Juan Bautista, lo cierto es que el incipiente
monacato oriental no pudo haber nacido de la nada, sino de los fragmentos
dispersos de la ideología maniquea.
En la monumental obra “El
monacato primitivo” del benedictino García M. Colombás, encontraremos
sendos detalles de todo tipo de prácticas ascéticas, fundamentos, y fuentes de
la vida eremítica en los primeros siglos de la cristiandad. Lo llamativo de
este volumen es que en las 800 páginas que abarca, el autor no se haya detenido
siquiera en un párrafo a semblar el ascetismo maniqueo, al que tanto le debe,
al menos indirectamente, el anacoretismo monacal. La división radical entre
materia y espíritu, entre cuerpo y conocimiento, no proviene ni de la teología
paulina, ni de los escritos del Nuevo Testamento, sino de la cristología
gnóstica que los documentos de Nag Hammadi, y las fuentes de la época no hacen
más que pronunciar. Desde Agustín a esta parte, para los cristianos, la palabra
maniquea no ha tenido más que implicancias negativas.
Para los electi
maniqueos, como luego ocurriría con los monjes coptos y sirios, el ayuno es una
parte vital de la gnosis y su práctica religiosa. Obligados a ayunar toda su
vida, a llevar solamente una prenda por año, a no bañarse, y a no tocar
siquiera cualquier tipo de tubérculo, fruto, planta, o animal, para manutención
propia (para la teología maniquea, cada tallo que se le arranca a la tierra, es
fruto de lágrimas y dolor por parte de la naturaleza. Podríamos afirmar, sin
caer en la exageración, que la metafísica maniquea es precursora de la ecología
y del cuidado del medio ambiente); los maniqueos no concebían otro modo de
acceder al arcano y a su salvación que mediante la más aprensiva renuncia. Pero
para ellos, el motivo del ayuno no sólo consistía en un estado de alerta, de no
embotamiento de los “errados sentidos corporales”. El maniqueísmo entiende que
el cuerpo es depósito de suciedades e inmundicias, y el ayuno completo, una vía
de acceso regular para almacenar la menor cantidad de inmundicias. Ya que resulta imposible para cualquiera
pasar la vida entera sin comer ni ingerir agua, el más estricto ayuno es el
único modo de acercarnos al Cielo, limpios y sin excrecencias.
Aquí transcribimos uno de los testimonios más claros y
evidentes de la interpretación esotérica que la fe maniquea hacía del ayuno, y
de la habitación gnóstica del cuerpo.
Mani pasa su juventud en una secta cristiana que tiene por costumbre el
bautismo continuo de los alimentos y del cuerpo. Cuando el Iluminado Mani
recibe el llamado de su Gemelo, a los 24 años, se enfrenta a uno de los líderes
de la secta bautista y lo interpela en cuanto a su curiosa e inútil costumbre
de ungirlo todo so pretexto de santificarlo:
“Cuando anulé y abolí
sus doctrinas y sus ritos, demostrándoles que lo que profesaban no lo habían
tomado de los mandamientos del Salvador, algunos de ellos se maravillaron de
mí, otros se encolerizaron e indignados decían: ¿Es que quiere dirigirse a los
griegos? Mas cuando conocí sus pensamientos, les dije con benignidad: Este
bautismo con el que bautizáis vuestros alimentos de nada sirve, pues este
cuerpo es sucio y fue moldeado a partir de un molde de suciedad. Ved cómo,
cuando alguien purifica su alimento y lo toma una vez bautizado, se nos
evidencia que de él todavía surgen sangre, bilis, gases, excrementos vergonzosos
y suciedad corporal. Pero si alguien conservase su boca lejos de esta
alimentación durante unos pocos días, de inmediato todas estas excreciones de
vergüenza y hediondez desaparecerán y faltarán en el cuerpo. Y si ése de nuevo
tomase alimento, así ellas abundarían otra vez en el cuerpo, de modo que es
evidente que fluyen de la propia alimentación. Y si alguien tomase comida
bautizada y purificada, y tomase también no bautizada, es evidente que la
belleza y la fuerza del cuerpo se muestran las mismas. Del mismo modo, se
observa también que la hediondez y las heces en ambos casos en nada difieren
entre ellas, de tal suerte que esa comida bautizada que ha evacuado y eliminado
no se distingue de la otra no bautizada.”
No creo que exista una apología del ayuno más taxativa que
ésta. Del ayuno, una práctica en todo taxativa. Aquí el Iluminado expone con
claridad su doctrina de la ascética, y en parte también evidencia los continuos
ataques, rayanos en su póstuma desaparición, que sufrió la Iglesia Maniquea. El
ayuno que éstos predicaban ponía, en alguna medida, en ridículo el “tibio”
ayuno de los laicos. Ahora entendemos por qué tanto mazdeístas, como árabes,
cristianos y judíos se obstinaron en borrar de la historia la compleja dualidad
maniquea. La burla de Agustín se volvió en su contra.
El monacato primitivo y los neoplatónicos entendían que la
materia era sólo una incómoda sala de espera hasta llegar a la consumación
perfecta del Cuerpo Celeste. La disciplina, el retiro, y la austeridad
significan el único acceso posible a esta gnosis eterna. El maniqueísmo no hizo
más que prefigurar estos rasgos hasta el hartazgo y estirarlos, tensarlos hasta
un exasperante estado de desesperación, en el que el cuerpo y el espíritu jamás
podrían alcanzar un estado de comunión mutua, un mero y aparente equilibrio.
Cuando a los monjes se les permitía una ablución más o menos
diaria, uno de los cuatro tipos de ayunos que el maniqueísmo imponía a los electi consistía en 30 días de
abstención, en conmemoración de la fiesta sagrada por excelencia de la Iglesia
Santa: el Bema, cuando el Iluminado sufrió su Pasión y Martirio.
“Por su carácter
sistemático [el maniqueísmo] es algo más que un mero sincretismo; por su
interpretación del cristianismo, al que pretende prolongar, pero superándolo,
algo más que una reforma o una herejía cristiana; por la rigidez de sus
instituciones y de su organización, algo más que una secta. La pretensión de
universalidad de su mensaje y de sus misiones, su actividad, su expansión y su
supervivencia tenaz, lo sitúan a un mismo nivel con las restantes religiones,
rivales suyas.” (H.C. Puech)
Tipo perfecto de gnosis que no admite medias tintas, el
maniqueísmo tal vez hoy nos pueda enseñar el significado de “lo taxativo”, y de
las claras e irreconciliables diferencias que existen entre lo bueno y lo malo,
lo bello y lo feo, lo verdadero y lo falso. En un mundo cuya marea arrastra
todos los valores y los principios que nos forjaron como hombres, quizá un poco
de dualismo gnóstico no sea tan peligroso para reubicarnos.
Septiembre de 2013