viernes, 14 de octubre de 2016

Gerry Mulligan, el mejor amigo del jazz


Como ocurre con la mayoría de los fenómenos estéticos gestados en la modernidad, el jazz prioriza el valor creativo del sujeto individual como unidad libre e heterodoxa, que se afirma con su voz y temperamento, por sobre el resto de la multitud (Kierkegaard).
La historia del jazz no es sino una sucesión cronológica de estilos que, tanto a nivel cultural, como sociológico y político, fueron evolucionando- generando un magma de sentido- en paralelo a los hechos históricos que Estados Unidos vivió durante el siglo veinte.
El jazz es la historia de unos pocos músicos- geniales y rupturistas- que marcaron, con su radical creatividad, los estilos de un género estético que ha ido "progresando" hasta llegar a finales de los años sesenta, cuando el mismo jazz agotó su discurso, dictaminando la muerte del género y el inicio de la algazara.*
Si el jazz es la evolución genealógica de temperamentos geniales en su individualismo creador (Ellington, Armstrong, Charlie Parker, Monk, Miles Davis, John Coltrane), no es de extrañar que un músico del estilo de Gerry Mulligan, ubicado en las antípodas de todo rapto de aislada creatividad, no figure entre las personalidades más destacadas del género. Lugar que, sin lugar a dudas, merece ocupar.
Todo en la música gregaria de Gerry Mulligan está vinculado a la creación pensada de un modo ecuménico y tradicionalista.
Mulligan ha de ser, junto a Bill Evans, uno de los pocos hombres de jazz que menos ha modificado su estilo al cabo de sus más de cinco décadas de carrera
No es fruto del azar este inamovible- casi rumiante- concepto parsimonioso del estilo, anclado, tanto en Evans, como en Mulligan, en un complejo y hermoso sentido de la monotonía: ambos músicos trabajaban dentro de la tradición, reconfigurándola, con respetuosa libertad, mientras afuera, una rapsodia inconexa de sonidos se llevaba todos los carteles luminosos del mundo del espectáculo y la crítica.
El obstinado registro mulliganiano se encuentra en las antípodas de la evolución frenética que vivió el género desde el bebop hasta el free jazz y el jazz eléctrico. Miles Davis es el exacto némesis del tradicionalismo que expone la música de Gerry Mulligan. Es por ello que Birth of the Cool, un disco que al menos formalmente pertenece más a Mulligan que a Davis, es, de todas las proteicas modificaciones que atravesó el estilo del trompetista, la más moderada, a la luz del cataclismo sincopado que habían propuesto unos años antes Charlie Parker y Dizzie Gillespie. La revolución que trajo al género la música de Gerry Mulligan es, claro está, una revolución de la moderación.
Cuando Mulligan presentó su pianoless quartet y el estilo inconfundiblemente pausado del llamado West Coast Jazz, no impuso el Cool desde una absoluta heteronomía respecto del pasado musical del que provenía.
El famoso cuarteto que formó junto a Chet Baker de principios de los años cincuenta, fue célebre por exponer un nuevo modelo de arreglar temas del repertorio norteamericano clásico, en el que los acordes rítmicos que suele marcar la mitad izquierda del piano, son reemplazados por un novedoso y calmo saxofón barítono, mientras la trompeta melancólica de Baker dibuja, como el humo de un tabaco, la memorable armonía. El contrapunto a dos voces que establecen Baker y Mulligan en temas como My Old Flame, My Funny Valentine, o Speak Low figuran entre los momentos más delicados de la historia del género.
Todas las agrupaciones que lideró Mulligan estuvieron basadas en este principio tradicionalista de ejecutar por medio de un ensamble de colores tímbricos -novedosos- temas clásicos del repertorio americano.
Empresas de un formalismo semejante no podían durar mucho en la música rupturista por antonomasia. El ejemplo más célebre lo constituye la Concert Jazz Band de los años 1960-1963: un conjunto orquestal de una fuerza sinfónica, que podría considerarse como la última Big Band que viera el jazz, sin caer en el epigonismo.
Un proyecto de tamaño despliegue anacrónico- en una época en la que los cuartetos de jazz de libre improvisación eran los que marcaban el dictum de la rentabilidad del género- no hizo más que llevar a Mulligan al fracaso económico, sumado esto al alcoholismo, y una inevitable depresión, provocada por la muerte de cáncer que sufrió su pareja, la comediante Judy Holliday.
Problemas análogos, siempre relacionados a lo económico y al escaso interés que despertaban estos ensambles, sufrió uno de los sextetos más delicados de la historia del jazz: el conjunto de tres vientos, guitarra, contrabajo y batería que conformó el álbum Night Lights, la quintaesencia del sonido Cool.
Este conjunto, que contaba con figuras inmortales como Art Farmer, Jim Hall, y Bob Brookmeyer, no pudo durar más allá de aquella sesión y la mitad de otra, el álbum Butterfly with Hiccups, que hasta la fecha no ha salido nunca como CD en su totalidad.
Otro rasgo que demuestra el talante de un músico tan arquetípico como Mulligan es su ferviente ecumenismo.
Más de la mitad de su discografía se trata de sesiones compartidas con otros músicos: Monk, Peterson, Hodges, Webster, Getz, Desmond, Brubeck, Lee Konitz. La lista es extensa. Esto lo volvió uno de los saxofonistas más requeridos a finales de los años cincuenta, pero a mediados de los sesenta, los "encuentros" de jazz ya habían pasado de moda para las discográficas, y Mulligan, el mejor amigo de los músicos de jazz, se vio en la necesidad de empezar a publicar irregularmente álbumes bajo su nómina.
Mientras tanto, el mainstream se internaba en el frenesí colectivo de la improvisación libre, de la mano de Cecil Taylor, Ornette Coleman y John Coltrane, y el post-bop, liderado por Miles Davis y los jóvenes vanguardistas del sello Blue Note, deconstruía melodías que el hard-bop había diseñado una década antes, y cuya reelaboración continua devino en el jazz eléctrico, uno de los proyectos más discutibles de la carrera de Miles Davis.
Detrás de este escenario, mientras los otros músicos hacían mayores intentos por salirse del jazz, Gerry Mulligan se internaba en las bases del bop, el swing, el blues, el ragtime y el dixieland
Tamaño anacronismo lo volvió un músico errático, escasamente frecuentado y con formaciones demasiado inestables para salir de gira o grabar, agregando a este derrotero que desde el año 65 hasta el 71, grabó un sólo álbum que al día de hoy no ha sido editado en CD- Something Borrowed, Something Blue, del año 66-. Años de silencio y depresión, en la misma época que, por circunstancias similares, Charles Mingus abandonaría los estudios de grabación.
Lo que ocurrió luego de las presentaciones con el Trío de Dave Brubeck por Europa a finales de los sesenta y el intento de salir a flote editando el álbum Age of Steam, es una historia de desafortunadas recapitulaciones. Mulligan errático, atravesado por el alcohol, dejándose maltratar en una sesión de grabación en Italia por Astor Piazzolla, que no quería tocar los temas que el saxofonista había llevado y que no entraron en el desaforutando álbum Summit.
El día que se escriba una historia del jazz que se precie de idónea, y se base tanto en las revoluciones estilísticas como así también en las reconstrucciones formales, el papel de Mulligan no podrá pasar desapercibido. Mientras tanto, sus admiradores seguimos considerándolo una de las piezas fundamentales en el ajedrez del género.

* En los años sesenta se habrían de dar muchos otros giros metodológicos de concebir el arte, la política y la vida en general. Inicio de una hecatombe de la que espiritual y materialmente el hombre todavía no ha podido egresar.